Texto: Redacción WLMM | Fotografías: Varios autores | Foto de portada: Mirador de Robert Capa, con el pueblo de Espejo al fondo.
Tiempo de lectura: 5 minutos
Una historia de amor entre fotógrafos, en plena guerra española, en la localidad de Espejo. Otra, el amor incondicional de un perro, con un supuesto don, en Fernán Núñez; y la tercera, el amor de un poeta por su pueblo en Aguilar de la Frontera.
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Imagen de Robert Capa con su cámara. Fotografía: Turismo de Espejo.
1. ROBERT CAPA O LA HISTORIA DE AMOR TRAS LA FOTOGRAFÍA MUERTE DE UN MILICIANO
La historia de amor de los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro nos sirve para profundizar en cómo en un escenario de guerra, en La Campiña, seguía existiendo el amor. Robert Capa llegó a España en agosto de 1936 con su compañera Gerda Taro para informar sobre la Guerra Civil española, que había estallado un mes antes tras el levantamiento militar de Francisco Franco.
Ambos serían los autores de la impactante fotografía conocida como “Muerte de un miliciano” o “El soldado caído” publicada en la revista LIFE el 12 de julio de 1937, en un reportaje titulado Death in Spain: the civil war has taken 500.000 lives in one year (Muerte en España: la guerra civil ha segado 500.000 vidas en un año).
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Imagen del mirador de Robert Capa con la puesta de sol. Fotografía: Turismo de Espejo.
A ella se le ocurrió inventar el seudónimo de Robert Capa, nombre bajo el que ambos firmarían sus primeras fotografías con la intención de multiplicar el valor económico de sus obras. Y normalmente se los veía juntos en los mismos lugares, compartiendo sus dos cámaras fotográficas.
Gerda murió en la Guerra Civil española atropellada por un tanque en 1937 y Capa, además de conservar el nombre (se convierte en el fotógrafo de moda cuando consigue retratar a Leon Trosky en un discurso en Copenhague), pasará a ser, más adelante, uno de los fotógrafos más famosos de la historia por las fotografías del desembarco de Normandía de 1944. Murió al pisar una mina en Vietnam mientras cubría la primera guerra de Indochina en 1954.
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Montaje de los investigadores, Fernando Penco Valenzuela y el fotógrafo Juan Obrero Larrea. Fotografía: Turismo de Espejo.
Su historia pervive en la localidad de Espejo, en el mirador con vistas al lugar donde, quién sabe quién de la pareja, tomó la fotografía. Paraje, el de la Haza del Reloj, en su límite con el cerro del Alcaparral, confirmado como el lugar de la foto, tras las numerosas investigaciones realizadas desde 2009, por el historiador Fernando Penco Valenzuela y el fotógrafo Juan Obrero Larrea.
Ambos investigadores ubicarían Muerte de un miliciano en Espejo, a unos 52 kilómetros al sureste de Cerro Muriano, en cotas altamente estratégicas. Toda la información de este lugar en la web turismo.espejo.es.
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Estuatua del perro de los entierros, en el Parque Llano de las Fuentes, Fernán Núñez. Fotografía: Turismo de Fernán Núñez.
2. POR AMOR A SU AMO, O EL PERRO MORO QUE VATICINABA LAS MUERTES
La historia del perro Moro que vaticinaba las muertes de Fernán Núñez comienza también con una gran historia de amor y finaliza con un acontecimiento muy triste. Su monumento, emblemático, en el municipio de Fernán Núñez, está ubicado en el Parque Llano de las Fuentes, realizado por el artista Juan Polo, y muestra a Moro, el Perro de los Entierros, con su habitual nobleza.
Existen varias teorías de por qué el perro se acercaba a las casas de las personas que habían fallecido o estaban a punto de fallecer, y acompañaba sus ferétros hasta el cementerio. Una de ellas es que por amor a su amo (una señor mayor), al que el animal acompañaba a dar el pésame y, como era costumbre de quienes no deseaban ir a misa, esperaban a recibir el féretro por la calle para dar el pésame e ir al cementerio.
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Portada del libro «Moro, el perro de los entierros».
Según explica el historiador Francisco Manuel Espejo Jiménez (Fernán Núñez -Córdoba,1987), conservador-restaurador, doctor en Patrimonio y licenciado en Humanidades por la Universidad de Córdoba, autor de un cuento y las ilustraciones de esta historia, “es probable que el perro asumiera los hábitos de su dueño y una vez que este muere, el perro por continuidad asocia esa actitud”.
Otra teoría, que explica el interesante blog del Talbanés (de otro vecino de La Campiña) apunta a que el perro fue abandonado y un tal Manolico “el del Ayuntamiento”, que así le llamaban, le daba lástima de Moro y le echaba algo de comer siempre que lo veía y, sobre todo, cuando lo encontraba por el pueblo mientras él trabajaba poniendo un banderín que era costumbre de poner para señalar las casas donde se estaba velando a un difunto.
«De tal forma que el animalito, que sería muy inteligente, se acostumbró a verlo y relacionarlo con comida. Por eso, cada vez que encontraba colocado el banderín en la puerta de alguna casa en la que había un velatorio, allí que se paraba Moro esperando que “Manolico” le echara de comer. Poco a poco el pueblo se dio cuenta de que el perro se acercaba a todos los entierros y seguramente algunos le daban de comer también, por lo que reforzaron la costumbre que, sin querer, Manolico había inculcado en la mente del perro y que sencillamente era “banderín = comida”.
Finalmente, él mismo tuvo un final muy triste, porque una noche de 1983 un grupo de gamberros lo apaleron hasta matarlo. En 1995 el Ayuntamiento de Fernán Núñez levantó esta estatua en la entrada del Parque Llano de las Fuentes, puesto que este animal se ha convertido en uno de los grandes embajadores de esta villa en el mundo (fueron decenas de medios de comunicación los que se interesaron en contar la historia «paranormal» para muchos, de este vecino de La Campiña de cuatro patas).
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El poeta Vicente Núñez con Antonio Gala en la plaza octogonal de Aguilar de la Frontera. Fotografía: Fundación Vicente Núñez.
3. VICENTE NÚÑEZ, UN ETERNO ENAMORADO DE SU PUEBLO
Bastión de la lírica andaluza, se exilió en Poley – nombre árabe de Aguilar de la Frontera – tras un desengaño literario (así reza en la web de la Fundación que lleva su nombre). En palabras del poeta: » Si saliera de aquí me perdería lo esencial de la vida: la vida misma. Siempre hay que estar esperando que surja lo inesperado. Si viajo estoy ausente y en la ausencia no se siente nada «.
Vicente Núñez (1929-2002), Premio Nacional de la Crítica, explica así, su inamovible decisión de no moverse de su pueblo: » Ahora las ciudades son como cementerios, y de eso sólo se salva París. Si hubieran puesto una línea de helicópteros París-Poley, yo me subiría, me tomaría una copa en París y, después me volvería a El Tuta “, la taberna donde normalmente podías encontrarlo en la encantadora plaza octogonal de Aguilar de la Frontera.
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Escultura de Vicente Núñez, con su copa de vino en la plaza octogonal y una imagen de archivo de la Fundación que vela por el conocimiento de su obra.
En este mismo lugar, junto al Tuta, el Ayuntamiento de Aguilar levantó una escultura del poeta, obra de Ricardo Llamas, que representa al poeta sentado en una mesa y con su copa de vino Montilla-Moriles, tal y como era habitual verlo todos los días. De hecho, allí mismo recibía a otros poetas y dio más de una entrevista.
«El oralista podía pasar en fracción de segundo, de una cita de sus queridos maestros a una voz en exabrupto digna de jornalero de taberna», explican desde su Fundación. Para el poeta, el sepelio por la poesía comienza en la escuela: «Muertos están los que diseñan los planes de estudios desde que abandonaron las lenguas muertas; sin griego y sin latín, ¿cómo vamos a ser europeos? Actualmente, interesarse por estudiar griego o latín es un pecado nefando».
Tal y como versan estos textos extraídos de la web de la Fundación: “El sofista de la Plaza Octogonal de Poley, adoptando postura de filósofo musulmán, justificaba su opción vital: » No hay cosas importantes que se encuentren cambiando de sitio. Lo que realmente importa viene a ti”.
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Vicente Núñez durante una peculiar entrevista en la plaza octogonal de Aguilar de la Frontera. Fotografía: Fundación Vicente Núñez.
Y no podríamos terminar este reportaje de mejor manera que con uno de sus poemas de amor:
OCASO EN POLEY
Si la tarde no altera la divina hermosura
de tus oscuros ojos fijos en el declive
de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma
la secreta delicia de tus rocas hundidas.
Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga
toda estéril memoria que amengüe o que diluya
este amor que nos salva más allá de los astros,
no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo
corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.