ESCAPADAS Welove…
Moriles – Monturque – Cabra
Texto: Rosa Marqués @rocamarcar | Fotografía: Fotografías Con Amor @fotografias.con.amor | Foto de portada: Una vista de la Parroquia de San Mateo (s.XV), en Monturque, en la parte más alta del municipio donde disfrutar de unas vistas maravillosas de la Campiña Cordobesa y de las impresionante cisternas romanas, bajo el cementerio.
Tiempo de lectura: 10 minutos
Recorremos los pueblos blancos de Monturque, Moriles y Cabra sorprendiéndonos en cada uno de ellos con cisternas romanas del siglo I d.C., probando vinos generosos que son de premio, en el encantador lagar histórico de Los Frailes (del s. XVIII) o comiendo la mejor carne de vaca ecológica en un restaurante con vistas a toda la Campiña Cordobesa y las tierras Subbéticas.
Antes de que el mundo entero se detuviera por los motivos que ya conocemos, éramos capaces de volar cientos de miles de kilómetros para visitar un yacimiento arqueológico, o una playa espectacular, o una ruta relajante en la naturaleza… y, sin embargo, éramos incapaces de apreciar la riqueza del pueblo de al lado. Sí, así somos. Pero eso ha cambiado o está cambiando, afortunadamente. Y la vida nos está brindando la posibilidad de corregir muchas de estos, nuestros complejos. Así que cuando hicimos esta ruta esa fue la sensación que no nos abandonó en todo momento. La de la sorpresa y el asombro por tanta riqueza escondida en nuestros pueblos. ¡En marcha!
El cementerio de San Rafael, en la parte más alta de Monturque, esconde debajo unas cisternas romanas del siglo I d.C. Junto a las lápidas, la entrada a las cisternas y los respiraderos de las mismas.
“Eso es justo lo que ocurre con las cisternas romanas de Monturque”, nos comenta Iris, la guía de turismo que nos acompaña esta mañana a través de uno de los tesoros romanos más importantes de la provincia de Córdoba. “Estas son las cisternas romanas más grandes de España y las cuartas del mundo, datadas en el siglo I d.C. Son impresionantes y cuando vienen vecinos de otros pueblos colindantes a visitarlas se quedan realmente impactados”.
Monturque, a 320 metros de altura sobre el nivel del mar, se encuentra en una colina desde donde se divisa la Campiña y el perfil ya montañoso de la Subbética. Un agradable pueblo blanco de 2.000 habitantes, en el que pasear tranquilamente y conocer una huella romana que aún no se ha podido descifrar del todo. Antes de pasar por nuestro alojamiento y dejar las maletas, en la cercana Moriles (solo a 7 km) hemos querido agotar la luz primaveral de la tarde y exprimir el fin de semana a tope. Esta visita es un imperdible de la comarca.
Las galerías por donde corría el agua forman un laberinto de pasillos y oquedades digno de ver. El agua recogida se usaba para las termas, que están soterradas en lo que hoy es el yacimiento arqueológico de Los Paseíllos, en Monturque.
VIERNES POR LA TARDE: MONTURQUE
Unas cisternas romanas sobre un cementerio pintoresco
No te imaginas realmente la capacidad que tuvieron para almacenar el agua estos depósitos subterráneos hasta que no los recorres. Recogían 850.000 litros en sus 300 metros cuadrados, y tamaña obra de ingeniería, cuentan, se encontró por casualidad. “Cuando en el año 1885 otra epidemia, la de cólera, azotó Monturque, decidieron construir en el cementerio una fosa común y para ampliar el cementerio”, nos explica Iris, con quien recorremos los grandes hits del pueblo.
“Cuando empezaron a excavar en el cementerio, los monturqueños se encontraron algo. No sabían muy bien el qué, porque estaba lleno de escombros. Después de cuatro años limpiando el espacio se dieron cuenta de que eran unas cisternas romanas con tres naves paralelas y cuatro cámaras por donde pasaba el agua de la lluvia que los romanos almacenaban”, nos va relatando Iris a medida que bajamos por unas escalerillas que nos conducen a un espacio verdaderamente mágico, donde se han celebrado desde conciertos (la acústica es impresionante) a catas de vinos de la D.O. Montilla-Moriles.
Los agujeros en las paredes, los óculos que observamos encima de las pequeñas puertas que conectan las oquedades actuaban como respiraderos para que el agua no se estancara. “Y como estas cámaras, cuando las descubrieron, aún no se les veía uso turístico, hubo un tiempo que se usaron como panteón y osario. De ahí esos cuadraditos que indican el lugar que ocupaban los nichos: los más pequeños eran de los niños, y los más grandes de los adultos”, señala Iris, quien añade que aún en el pueblo hay gente que le tiene mucho “respeto” a estas cámaras subterráneas.
Las cisternas romanas de Monturque (s. I d.C) son una de las visitas más sorprendentes que puedes hacer en la comarca.
“El agua de lluvia se recogía arriba, donde está el cementerio, que era el foro romano. Caía desde los tejados de las viviendas, a través de canalones, hasta esta cisterna y un sistema de filtros hacía que los sedimentos quedaran en el fondo, para posteriormente sacarla con poleas de estas cisternas. La usaban para abastecer unas termas romanas que estaban ubicadas en el exterior, y que en la actualidad están soterradas, junto al Criptopórtico, otro de los edificios importantes que se conserva de la época”, señala Iris.
Nos quedamos sorprendidos del nivel de bienestar de las sociedades romanas, y más aún, de su nivel de eficiencia energética y de aprovechamiento de los recursos naturales. Cuando salimos afuera, al cementerio de San Rafael, también nos resulta un lugar cuanto menos pintoresco. “Este cementerio está dentro de la ruta de cementerios europeos por el tesoro que tiene debajo y, desde hace unos años, se celebran en Monturque las Jornadas Munda Mortis, en torno al patrimonio cultural y a las tradiciones de Todos los Santos”, nos comenta Iris quien nos indica que en la entrada del cementerio están algunos de los nichos más antiguos, algunos de 1886.
En la entrada del cementerio de San Rafael se ubican algunos de los nichos más antiguos. Entre ellos, el de la esposa del querido alcalde Rafael de Lara, que conserva la hoja de un libreto en blanco. El alcalde iba a ser enterrado aquí, pero sus restos no se sabe dónde se encuentran.
Lo recorremos paseando, aspirando el aroma de las flores… Unas mujeres del servicio municipal lo están acicalando. Está impecable. Y así, disfrutando del sol de la primavera y de sus colores que esta nos regala –aún en el cementerio– salimos a otro entorno de postal: el Mirador, o yacimiento arqueológico– de los Paseíllos, un parque público con unas vistas espectaculares.
“El agua de las cisternas romanas salía hasta aquí. Donde está hoy la pérgola del parque están soterradas las termas romanas”, nos explica Iris. Justo a nuestro lado, el yacimiento de un edificio romano de planta rectangular se aprecia sobre el terreno. Este funcionó como despensa y en él se encontraron antiguas ánforas de aceite y vino”, nos cuenta. Efectivamente los romanos sabían vivir la vida: termas, aceite, vino… Grandes maestros. Todos estos elementos siguen formando parte de toda nuestra esencia.
La Casa de los Lagares, en Moriles, está totalmente restaurada y acoge varias habitaciones con encanto para una, dos, tres y cuatro personas.
VIERNES POR LA NOCHE: MORILES
Cuando dormir en Moriles se convierte en la opción perfecta
Precisamente porque estamos en tierra de vinos generosos de fama internacional, hemos decidido alojarnos en Moriles, una de las capitales líquidas de la Campiña Cordobesa. La Casa de Los Lagares, en el corazón de la localidad, es el lugar idóneo para hacerlo. Esta casa antigua cuya escalera original y patio se han conservado, se ha restaurado completamente con un gusto exquisito. Sus habitaciones, confortables, son un canto a las labores y a la cultura del vino: La Poda, La Vendimia, La Venencia… son sus nombres.
En cada una de estas habitaciones, una obra de Felipe Cejas, pintor local, homenajea a la viña y al vino, vitales en una localidad como esta, que nació precisamente vinculada a la existencia de sus lagares. Moriles (hoy con unos 3.700 habitantes) hasta 1912 era una aldea de Aguilar de la Frontera llamada Zapateros formada por trece lagares (el Pago de Zapateros). Finalmente, adoptará el nombre de uno de sus pagos de vinos más afamados, Moriles Altos –zona de calidad superior que mañana por la mañana vamos a visitar– para independizarse de Aguilar de la Frontera.
Nos recibe en esta casa de cinco habitaciones la encantadora Ana, y nos conduce hasta la que será nuestra habitación, La Vendimia, por cuyo balcón entra a raudales la luz del atardecer y se oye el teñir de las campanas de la próxima Iglesia de San Jerónimo. “Estamos justo al lado de lo que aquí llamamos El Paseo, la plaza del pueblo, o Plaza de la Constitución, donde hacemos los morilenses la vida social”. De manera que no nos faltará esa terracita donde tomar un vinito fino de la tierra, acompañado de una tapa.
En la habitación La Vendimia la luz que entra por los amplios ventanales baña la estancia.
La habitación está abuhardillada y la decoración de todo el alojamimento ha corrido a cargo de su propietaria, María Ángeles Llamas. Ella y su marido son los responsables también de los productos que se exponen en la vitrina de entrada, de la firma Castillo de Moriles, con tienda propia y museo en la zona y que elaboran postres, cremas balsámicas, aceites, mermeladas de uva de Pedro Ximénez y todo tipo de gachas “de la abuela, de café, de cuscurrones…”, que merece la pena probar y comprar aquí mismo.
Junto a nuestra habitación, un pequeño solarium se convertirá en el lugar ideal para tomar algo, relajarnos, y mirar los tejados… además de probar algunas de estas delicias de los dueños de la casa antes de salir a dar una vuelta por el pueblo.
En la entrada al Lagar de Los Frailes nos espera Lola, una de los cuatro hermanos propietarios del lagar, que después nos lo mostrará y nos dará a probar vino de la bodega de conos.
SÁBADO POR LA MAÑANA: LAGAR DE LOS FRAILES
Los lagares de Moriles, una experiencia inaplazable al aire libre
Despertamos sin prisas, con el sonido de los pájaros, pero emocionadas. Realmente la visita que queremos hacer hoy por la mañana es un plan muy deseado. Del Lagar de los Frailes proceden algunos de los vinos generosos más singulares de Moriles Altos, conocidos como Terrevuelos, una línea premium de esta pequeña bodega, de los que somos unas enamoradas. En cuanto desayunemos nos pondremos en camino para conocerlos aún más a fondo.
Las viñas viven su momento de desborre en Moriles Altos. Se llama así porque esos capullitos cerrados se están comenzando a abrir con el primer sol de primavera. Y conforme nos vamos acercando al lagar por los caminos de tierra admirando esos lagares blancos que los salpican, sobre la tierra caliza, la gran protagonista de estos pagos, la que permite el milagro de la vid, se nos acelera el pulso. El paisaje es una maravilla de tonalidades. El campo está bellísimo.
Moriles Altos se encuentra entre Aguilar, Moriles y Puente Genil y justo el camino por donde accedemos al lagar, que nos espera más abajo, al fondo de un sendero, es la línea separadora entre Moriles y Aguilar de la Frontera. De hecho, técnicamente podríamos decir que estamos en esta última localidad, si no fuera porque Moriles Altos es algo así como una república independiente.
La Sacristía del Lagar de los Frailes es un canto y un homenaje a Moriles Alto, la primera parada, después de ver las viñas, de los winelovers que vienen hasta aquí.
A nuestro encuentro sale Lola, una de las tres hermanas y un hermano que hoy se hacen cargo de este lagar histórico, que perteneció a los Carmelitas Descalzos de Aguilar de la Frontera, y que aparece ya en el 1750 recogido en el Catastro de Ensenada. “Mi padre, que era un gran aficionado al flamenco, lo compró en 1980 porque los flamencos sin vino no funcionan. Este lagar era su afición. Y cuando fallece, en 2017, mis hermanos y yo nos hicimos cargo de este lugar, donde solíamos venir de niños, sin saber muy bien los tesoros que contenía”, explica aclarándonos después que cada uno de ellos aporta al lagar conocimientos de sus verdaderos oficios. Lola es arquitecta; Cristóbal es farmacéutico (y con formación en Enología), Charo es publicista, y se encarga de la imagen del lagar, y Ana se hace cargo del enoturismo, de las visitas. En el fondo, «hacemos un poco de todo: labores de poda, de vendimia… y claro, si hay un techo que arreglar también lo arreglo», nos comenta esa singular y risueña arquitecta.
“Con el tiempo hemos ido descubriendo que llevamos este oficio en las venas”, explica Lola que nos invita a recorrer este lagar tan mimado: en la Sacristía cuelgan carteles del Festival del Cante Grande de Puente Genil, de donde es la familia, y hasta la bodega de tinajas y la bodega de botas, donde probamos algunos de sus vinos en rama con mucha personalidad, todo está impecable, acogedor. “Puente Genil tiene una gran cultura de vino”, nos apunta. A la vista está. Sin duda.
La bodega de tinajas (o de conos, como se dice en Moriles) es un lugar mágico donde probar los vinos, directamente de las tinajas, en su primera estadía.
Su padre trabajaba como almacenista para otras grandes bodegas, como Alvear, y los hermanos, cuando se hicieron cargo de este lagar histórico no sabían hasta qué punto su padre guardaba verdaderas joyas. “Fue una enóloga, Cristina Osuna, quien se cató las 340 botas de la bodega y las identificó una por una para informarnos que aquí había finos maravillosos, muy bien cuidados, con el mimo de quien cuida esto por pasión, como hacía mi padre. Para él esto no era un negocio lucrativo”, explica Lola con cariño. “Así que los hermanos decidimos ponerlo en valor y dimos un paso más con respecto a él, dar a conocer los vinos y embotellarlos”, nos comenta. Y nosotras que se lo agradecemos, pensamos para nuestros adentros brindando.
Las viñas de espaldera afuera del lagar están en un momento que se conoce como el desborre, cuando los pequeños capullos de la viña comienzan a brotar (a borrarse).
En el Lagar de los Frailes la apuesta por el enoturismo se ha hecho de forma seria, muy profesional. Y aunque no creen que sea una experiencia para grupos grandes, sí que están dispuestos a ofrecerla a pequeños grupos de winelovers que conecten con esta cultura del vino y la vivan como la viven ellos. La bodega de conos es uno de los lugares que más se disfruta. “Aquí empieza todo, la crianza biológica, donde fermenta y burbujea el vino”, explica.
“Si lo pruebas”, dice sacando con una copa vino directamente del cono o la tinaja “ya tiene el toque amargo de los vinos de Moriles. Ya tiene su genio, su personalidad, como un bebé, ya apunta maneras…” relata sin perder la sonrisa. “Los vinos de Moriles tienen un leve amargor muy característico. Incluso, hay estudios que indican que la uva Pedro Ximénez, en Moriles, al tener el ollejo, la piel del fruto, más gruesa, el sabor es distinto, a lo que hay que sumar el hecho de las levaduras autóctonas de este lagar. Ellas son los habitantes que trabajan el vino, y son las de aquí, diferentes a otras de otros lagares. Estas aportan un punto más cítrico”, explica Lola.
El Lagar de los Frailes cuenta con una bodega de más de 300 botas de roble, semienterrada en albariza, en la que se crían vinos fantásticos.
Pasamos después a la bodega del Lagar, semienterrada en tierra albariza. Las manchas de humedad arropan las botas que con tanto mimo cuidó su padre y cuyos aromas a ella (¡y a nosotras! nos traen tantos recuerdos). Hoy de aquí salen dos líneas de vinos, la del Lagar de los Frailes y la de Terrevuelos (ambas conviven con sus finos, amontillados, palos cortados…). Y mientras probamos el vino fino que extrae de una bota con una venencia, entra un rayo de luz a la sombreada bodega por una ventanita… Esto es el paraíso de los amantes del vino.
“Las bodegas de Moriles van más despacio que las de Montilla, no sé por qué” y después de tomar un poco de uno de sus finos se hacen presentes los sabores de los cocidos de las abuelas, los toques a almendra, a regaliz, a romero, a tomillo… casi como si estuvieras dando un paseo por estos campos.
“Para mí tomar un vino a mediodía, y hablo de un día de diario, es mi kit kat”, nos comenta con verdadera pasión en la mirada, que nos contagia. “Vivimos en una sociedad que va tan deprisa, que esta pequeña acción, la de tomar un vino en la mesa a la hora de la comida, a mí me detiene me lleva a la tertulia, a la conversación… me lleva a parar un poco y a disfrutar de la familia. Hoy en día corremos tanto que nos lo perdemos todo”, y asentimos sin cambiar ni una coma. In vino veritas, decían los romanos. En el vino, la verdad… Las horas se pasan volando en este lagar mágico, y con esta maravillosa compañía, y ya cuando nos marchamos, es prácticamente la hora de almorzar. Volvemos al pueblo, a Moriles, porque vamos a comer en uno de esos lugares que hay que visitar al menos una vez en la vida: el Mesón de los Faroles. Aquí se viene a comer sí o sí su flamenquín gigante.
En Cabra, los restos de la muralla y el castillo árabe donde estuvo apresado el último rey nazarí, Boabdil, cuentan muchas historias.
DOMINGO POR LA MAÑANA: CABRA
Un paseo por la Villa morisca de Cabra y un almuerzo en las alturas
El centro histórico de Cabra, el Barrio de la Villa, da la sensación, con sus enormes y cuidadas palmeras de haberse trasladado a alguna ciudad de Marruecos. Su esencia árabe está muy presente, e incluso, en el edificio que ocupa la Oficina de Turismo, pues este era el huerto del antiguo castillo del siglo IX donde se vivieron episodios determinantes de Al-Ándalus. En este castillo mítico estuvo retenido el último rey nazarí, Boabdil, apresado por el Conde de Cabra y el Duque de Lucena, antes de ser entregado a los Reyes Católicos, en Porcuna y ser trasladado preso a Córdoba. De ahí que el escudo de Cabra posea la cabeza del «rey moro» (un símbolo de poder y de reconocimiento por su hazaña).
La muralla que rodeaba el castillo de Cabra (siglo IX) tenía 18 torres y las partes de muralla que se conservan, prácticamente la mitad, dan una idea de que el recinto fue espectacular. El grosor de la muralla es de 2,60 metros, y la que fuera plaza de armas del recinto, donde se podían formar hasta 10.000 hombres, hoy es un colegio. Aún destaca la torre del Homenaje, casi cuadrada y de 20 metros de altura, la más alta. En 1635, Antonio Fernández de Córdoba, IX conde de Cabra, decidió fundar un convento franciscano en los terrenos del castillo y adjudicarlos a la Orden de los Capuchinos. La obra del lienzo central del retablo, Visión de San Francisco en la Porciúncula, realizado por el pintor sevillano Valdés Leal (1672) es la mejor representación pictórica del Barroco Cordobés y se puede visitar en el interior del recinto (con cita previa en la Oficina de Turismo).
Las callejuelas de Cabra, como esta, la calle Esparragosa, o el barrio del Cerro, tienen mucho encanto. A la derecha, la torre de la parroquia de la Asunción y Ángeles, la llamada «mezquita del barroco».
Carmen, nuestra guía, nos va contando todas estas píldoras de la importancia de Cabra (20.400 habitantes) mientras nos conduce por el centro de la ciudad, bajo la sombra de las palmeras, hasta la Parroquia de la Asunción, en este mismo barrio. Justo enfrente se encuentra la zona de la muralla mejor conservada.
Y mientras caminamos en dirección a la parroquia no solo nos cruzamos con La Tizona, la espada del Cid Campeador, sino que vemos decenas de figuras de fósiles en muchas de las piedras rojizas con las que se han construido la ciudad de Cabra. “Estos fósiles son como nuestros dinosaurios”, comenta riendo Carmen. “Cabra era un Mar, el Mar de Tetis, en el Terciario, y los animales que habitaban estos confines eran animales marinos. Nosotros tenemos estos restos de animales fosilizados en las piedras, por todas partes: en los escalones de las iglesias, en los zócalos de las casas, en las columnas… El más abundante era el amonite, el caparazón de un caracol que hoy puede verse por todas partes”. Y ¡es cierto! Cuando nos empezamos a fijar, ya dentro de la parroquia, el número de ellos es impresionante.
De izquierda a derecha, detalle de un fósil amonite del Terciario, en los escalones de la parroquia; portada de la Casa Palacio del castillo, hoy convento de monjas franciscanas y busto del poeta Ben Mocádem (847-912 d.C).
La iglesia, además de los tesoros que conserva, como el órgano del siglo XVIII, el coro y las imágenes, es una curiosa combinación, única en su especie de Mezquita e Iglesia. “Se le conoce como la Mezquita del Barroco Cordobés y conserva la estructura de mezquita, de 44 columnas y cinco naves”. Además, destaca también “la importancia de la piedra, que para Cabra ha sido fundamental. La llamábamos el mármol rojo, aunque es piedra caliza. Antiguamente las civilizaciones valoraban sobre todo la piedra, el agua y la tierra para cultivar y Cabra lo tenía todo. Estas columnas de la cantera de Cabra también se llevaron a la Mezquita de Córdoba, donde hoy pueden verse”, explica Carmen.
Después de pasear toda la mañana por el centro descubriendo curiosidades, ponemos rumbo al restaurante donde hemos reservado y del que nos han hablado maravillas, no solo por sus espectaculares vistas de la Campiña y la Subbética cordobesas, sino también y, sobre todo, porque su carne de vacuno de ganadería propia y ecológica está exquisita.
En la carretera que asciende por la Sierra de Cabra hasta el restaurante Vaquena nos encontramos algunas sorpresas…
Comer en Vaquena, un restaurante destino para respirar profundamente
Desde la ciudad de Cabra hasta el restaurante Vaquena, casi en la cima del Picacho (1.200 m), el ascenso por carreteras sinuosas plagadas de ovejas y vacas pastando en libertad son 19 minutos. Pero ese recorrido, con las ventanillas bajadas, respirando el aroma del campo en primavera y con los ojos bien abiertos –que igual se nos cruza una ovjea–, son una pura delicia.
Aquí se viene a comer carne de vaca alimentada con pastos y bellota. Así que absténganse vegetarianos o los que quieran probar otra cosa. Pero los amantes de la carne disfrutarán como niños. El paté de elaboración propia, las hamburguesas, el solomillo, el entrecot, el chuletón… pero también sus fajitas con queso cheddar fundido, o la carne picada de VQ con salsa mejicana, pico de gallo y guacamole, sus deliciosos pan bao rellenos de carrillada de vaca… realmente, no sabrás qué elegir. El sabor de estas vacas felices es otra cosa. Y el lugar, con la vaqueriza allí mismo, y una terraza con vistas espectaculares merece una y mil visitas (eso sí, reserva con antelación sobre todo los fines de semana).
El restaurante Vaquena, en Cabra, es uno de esos lugares donde la carne de vacuno ecológica que ellos mismos producen alimenta casi tanto como sus vistas.
“Cuando hace 15 o 16 años decidimos iniciar el proyecto vimos que no había otra manera de que este oficio fuera sostenible. Los animales los criamos con mucho cariño y nos dedicamos a ellos 365 días, 24 horas, un trabajo muy sacrificado que no se valora”, nos comenta Amalia, gerente del proyecto e hija de los fundadores. “Finalmente vimos que teníamos que hacer nosotros el proceso entero: desde la crianza hasta la boca del cliente para permitir que estas vacas no desaparecieran, no se extiguieran”, comenta.
Las 300 cabezas de ganado con las que cuenta Vaquena, y que ahora están pastando por las 300 hectáreas que tiene la finca (en Córdoba tienen otra finca de 300 ha también y otro restaurante en el centro histórico) se crían en libertad, a su ritmo. “Aquí la gente viene buscando naturaleza y el contacto con el campo. Te das cuenta que nosotros también somos animales. Y necesitamos ver horizonte, necesitamos libertad…”, nos explica ella que está acostumbrada a ver a la gente respirar aire profundamente cuando llegan a este restaurante en las alturas.
Amalia Valenzuela, gerente del restaurante Vaquena, a más de 1.000 metros, y una defensora del importante papel que juegan los ganaderos y los agricultores de nuestros pueblos.
Realmente fue un acierto que esta familia ganadera decidiera convertir este lugar, que su casa de campo, en este restaurante. Amalia, que estudió Dirección de Empresas en Madrid pero que algo, en su interior, le decía que terminaría regresando a darle una vuelta de tuerca a su negocio familiar, recuerda cómo la sala principal del restaurante era el salón de su casa, o la cocina las cuadras, o cómo entre estas piedras aprendió a andar cuando solo era un bebé…
“Este es un restaurante muy especial con una carta muy específica, donde nosotros sabemos perfectamente lo que estamos vendiendo. Nuestros animales no comen piensos industriales. Comen lo que se encuentran en el campo y cuando le tenemos que ayudar en la alimentación le damos heno y paja”, explica.
El solomillo del restaurante Vaquena tiene un sabor inconfundible. Se sirve acompañado de deliciosas patatas y una plancha de piedra para darle el toque a la carne que más te guste.
Disfrutando de las vistas, de la comida, del paisaje… las horas se pasan sin que nos demos cuenta. El sabor de la carne es diferente. El trato inmejorable. El espacio tiene mucho encanto… Optamos por probar un poco de todo y lo disfrutamos inmensamente.
Afuera el aire es fresco pero la luz maravillosa y hay varias personas que optan por el exterior porque vienen con mascotas o con niños, o necesitan respirar un poco de aire fresco. Eso sí, chaquetas puestas. “Hay mucha gente que sube hasta aquí arriba pensando que hace la misma temperatura que en Cabra, pero no es así, aquí siempre hay que traer algo de abrigo”, nos explica una de las camareras.
Ese aire puro… eso es lo que venimos buscando todos… Disfrutar de perder la vista en el horizonte y comer de lujo. Y así, envueltas en esta naturaleza, va cayendo la tarde, va terminando nuestra escapada con una puesta de sol maravillosa sobre la Sierra de Cabra. Pensando ya en cuándo volveremos a salir en ruta.
En el interior del restaurante, las vistas siguen siendo impresionantes y la atención impecable.
INFORMACIÓN ÚTIL
CÓMO LLEGAR:
Desde Córdoba a Monturque hay 65 km. En menos de una hora en coche estarás allí disfrutando de las vistas de este pueblo blanco.
En la Estación de RENFE de la capital, podrás alquilar un vehículo desde 14€/día si no dispones de vehículo propio o estás en ruta por Andalucía.
La escalera antigua de La Casa de Los Lagares, en Moriles, se ha conservado durante su restauración para convertirla en un alojamiento con encanto.
DÓNDE DORMIR:
Casa Los Lagares. Av. de Andalucia, 22. Moriles; tel. 722 64 21 76. Habitación Doble, desde 57€/noche.
Esta casa antigua recién restaurada, cuenta con cinco habitaciones (entre las que encontrarás posibilidades de alojamiento para una, dos, tres y cuatro personas, e incluso, está acondicionada para personas con reducida movilidad). Ubicada en pleno centro de Moriles, la habitación La Vendimia, abuhardillada es de las más coquetas, y está junto a una pequeña terraza-solarium donde podrás tomar unos vinitos de la tierra antes de salir a probar unas tapas. También se puede alquilar la casa completa.
DÓNDE COMER:
EN MONTURQUE.
Bar La Esquina. Plaza de la Constitución, 4.
Si buscas tapear después de ver las cisternas romanas, en una terraza al solecito, dirígete hacia aquí. También es una buena opción para comerse una pizza casera o algo rápido y seguir en ruta.
EN MORILES.
Mesón Los Faroles. Calle Monturque, 40.
No se puede pasar por Moriles sin probar su mítico flamenquín gigante. Sus super flamenquines que se salen del plato, son de foto y están ricos. No. habrás visto nada igual, sin duda.
Taberna La Solera. Calle Lucena, 43; tel. 653 28 61 17.
Nuestro local favorito en el pueblo es esta acogedora taberna-bodega, que también funciona como despacho de vinos, adonde peregrinan los amantes del buen vino. La estrella de la casa es su vino en rama, que el mismo Tony, un viejo conocido del mundo del vino en Moriles, te extrae bajo el velo de flor de alguna de sus 50 botas, allí mismo instaladas. Aquí prima la calidad y la sencillez por encima de todo. El vino en rama se sirve en una jarrita de cristal, que da para tres o cuatro copas, muy fresco acompañado de un plato de morcilla, queso que él mismo cura, y panceta espectaculares, por 14€. No dejes de probar sus deliciosas conservas, lingote de salmón o su tomate con ventresca.
Pan bao del restaurante Vaquena, rellenos de carrillera de vaca.
EN CABRA.
Restaurante Vaquena. CO-6212, Km. 5, 5; Cabra; tel. 662 39 12 78.
Salir de la ciudad y hacer prácticamente 20 km ascendiendo por curvas a través de la Sierra tiene su recompensa. El pintoresco restaurante que te espera en la parte más alta es uno de esos lugares donde verás pastando la comida de tu plato. Carne de vacuno y de ternera 100% ecológica, criada por los mismos propietrios, sus hamburguesas son toda una institución en la provincia de Córdoba –cuentan con otro restaurante en el centro histórico de la capital–. De su carta nos gusta todo, pero no dejes de combinar su solomillo, que trae la piedra para que dejes tu carne al punto que más te guste, con platos más de fusión, como sus Pad Thai, su Steak Tartar o, por qué no, sus arroces. Hamburguesas desde 10€.
Venta Los Pelaos. Ctra. A-339, Cabra-Alcalá la Real , Km.5; tel. 957 72 46 55.
LLa venta Los Pelaos es un clásico de la zona para comerse un chorizo frito en su terraza al sol, al pie de la subida a la ermita de la Virgen de la Sierra. No le pidas más. Es lo que ofrece.
Mesón La Casilla. Calle Martin Belda 14, Cabra; tel. 957 52 33 33.
Si buscas un restaurante donde comer a mesa y mantel en la ciudad, te proponemos este. Tradición, buen hacer y precios asequibles. Un buen lugar para probar el ABC de la cocina cordobesa.
Desde el parque del Mirador de los Paseíllos, en Monturque, se ven numerosos pueblos de la Campiña Cordobesa, a lo lejos.
QUÉ VER:
EN MONTURQUE.
Cisternas romanas. Calle de Rafael de Lara; tel. 667 50 79 20 (oficina de Turismo).
Esta obra de arte de la ingeniería de la época es una visita imperdible de la comarca. Se hallan bajo el cementerio de la localidad. Para visitar las cisternas, se realiza previa reserva, mínimo con un día de antelación y se atiende a grupos reducidos. Además de las cisternas se visita el museo local de la localidad, el cementerio y el Yacimiento Arqueológico de los Paseíllos, 1.30 horas, desde 5 euros por persona, excepto mayores de 65 años 4 euros, menores de 12 años no pagan.
EN MORILES.
Lagar de Los Frailes. Moriles Altos; tel. 607 65 43 75.
Este lagar centenario que perteneció a Los Carmelitas Descalzos de Aguilar de la Frontera, y del que ya se tiene constancia en el año 1750, se puede visitar de muchas maneras: solo visita y cata de sus vinos (vino de tinaja, finos, amontillados…); tomando después un aperitivo en el propio lagar; o disfrutando después de la visita y la cata de una paella. También existe la posibilidad de organizar una visita al lagar con paseo por el campo.
Frente a la parroquia de la Asunción y Ángeles, en Cabra, se encuentran las partes de la antigua muralla mejor conservadas.
EN CABRA.
Para realizar una visita por tu cuenta puedes descargarte la App Ruta Histórica de Cabra.
Ermita Virgen de la Sierra.
A las afueras de Cabra, a unos 15 km, se encuentra el Picacho, la cima más alta de la sierra, y donde se halla el Santuario de Nuestra Señora de la Sierra, hasta el que acuden devotos y senderistas. El edificio comenzó su construcción en el año 1260, y destaca un retablo barroco construido con piedra roja caliza local, con un camarín en el que se custodia la imagen de la Patrona.
Parroquia de la Asunción y Ángeles.
Conocida como la Mezquita del Barroco es una joya de este estilo cordobés, y su interior cuenta con 5 naves organizados por hileras de arcos sobre 44 columnas de mármol rojo de Cabra. Su retablo mayor es obra de Melchor de Aguirre, y el coro, otra de sus joyas, está tallado en madera, junto al órgano del siglo XVIII que aún funciona. La portada barroca es también una de las obras de arte más importantes de los canteros de la época. Abre los domingos a las 12, y se puede visitar un poco antes y después de la misa. O visitarla para grupos concertados, pidiendo cita previa en la Oficina de Turismo de la ciudad.
La llamada Mezquita del Barroco, en Cabra, sigue manteniendo estructura de mezquita en el interior de una iglesia (y está llena de ¡amonites!).
Castillo de los Condes de Cabra.
Dentro de este espacio se encuentra parte de la muralla y se tiene una bonita estampa de la Torre del Homenaje. El Castillo de Cabra se construyó como una fortaleza árabe del siglo IX y después fue pasando de unos propietarios a otros. La Orden de Calatrava estuvo en poder del castillo hasta el año 1331 y posteriormente Alfonso XI ordenó que se reconstruyera el castillo y sus murallas, donando más adelante Enrique IV a Diego Fernández de Córdoba, Conde de Cabra, el castillo, fundando posteriormente un gran convento franciscano que se vendería a las religiosas Escolapias que lo convirtieron en un centro educativo. En la entrada del castillo se levantó un monumento al poeta Andalus Ben Mocádem que fue conocido por inventar la moaxaca, de la que dicen, deriva el villancico.